Por momentos tímido, pero siempre contundente en sus clases,
Ignacio había sabido transmitir a aquellos imberbes, los conocimientos básicos
de la narrativa, de la técnica, del “ser o no ser” que la ficción —por momentos
casi real— tiene que dar al paladar de los lectores.
Aún resonaba en sus oídos la voz de Ignacio: “no expliquéis
tanto, quitad esos andamios, diálogos más
cortos, esa frase me gusta, menos adjetivos, menos descriptivo, ¡el relato es
como poesía en prosa!...” cuando decidieron seguir con esta locura, cuando
decidieron reunirse —en el éter— y llevar al universo de lectores sus
historias, sus cuentos, sus andamios y más.
Lo hicieron a sus espaldas —y no era un secreto— porque no les quedaba otra forma de enfrentarse a otro verano inútil.
Lo hicieron a sus espaldas —y no era un secreto— porque no les quedaba otra forma de enfrentarse a otro verano inútil.
Relatos, cuentos, micro historias y hasta novelas nacieron
de esa conjunción de lucubración y sensatez colectiva que los llevaría a ser únicos.
Críticos y autores, el profesor y los practicantes, amigos y colegas; cada vez
más personas pasaron por allí y quedaron satisfechos.
A pesar del calor insoportable no se fueron. No era el
lugar, no eran ni el aire ni las sombras; lo que los hacía quedarse, era la
frescura de sus mentes, la frescura de sus relatos. Ese verano fue uno de los
veranos literarios más hermosos para todos ellos, el primero de tantos.
1 comentario:
Enhorabuena, me ha encantado la presentación, yo por mi parte espero seguir dando la tabarra todo lo que haga falta.
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