martes, 2 de octubre de 2012

LAS TAPAS SON BRILLANTES Y LOS COLORES INSINÚAN LA HISTORIA QUE ESTOY POR DESCUBRIR


Delante tengo un libro, un bolígrafo y un cuaderno, dudo si abrir el libro, me intriga la historia que vaya a contar. Las tapas presentan una figura abstracta, predominan los azules sobre los rojos y los negros sobre los grises. En la contraportada la sinopsis de la novela explica a grandes rasgos los personajes y la trama deja el desenlace para que el lector, quien quiera que sea, lo abra y comience a leerlo, me resisto, sin embargo las tapas son brillantes y los colores insinúan la historia que estoy por descubrir.

Por fin he abierto el libro, comienza con una carta "Querida Lily, quiero que sepas que nunca te olvidé", y se disculpa por algo que no hizo.


Por los detalles me imagino la destinataria de la carta una mujer de cincuenta años, de complexión fuerte, ojos brillantes y manos grandes. Sigo leyendo y descubro que el personaje es  como me la había imaginado, pero además tiene el pelo corto, cojea de una pierna y utiliza gafas para leer.

La desaparición del marido fue una tarde, era viernes, dice, venía de trabajar, como siempre cogió el tranvía, como siempre se bajó en la cuarta parada, cerca de El Corte Inglés. Torció a la derecha y saludó a la farmacéutica que estaba fumando en la calle. Y ahí se acabó el rastro, nadie sabe nada, nadie dice nada, la mujer está desesperada, no sabe a quién acudir, a quién llamar. En la policía le dicen que es pronto para que aparezca, que tiene que esperar. Pasa los días en vela, las noches en blanco, las sábanas se arrugan, la soledad le espanta. 
Sigue el libro relatando la vida del hombre, sencilla, como la de todos, madrugar, coger el tranvía, llegar al trabajo. Era albañil, ese mismo día le dieron el finiquito prescindiendo de sus servicios. No era la primera vez, siempre pasaba lo mismo, cuando terminaba una obra le hacían la liquidación, le pagaban y le prometían volver a llamarle cuando empezaran otra obra.
De camino a casa, sentado en el asiento del tranvía, mira hacia el exterior y contempla las casas, los balcones, los portales, las aceras, recuerda los trabajos poniendo baldosas en el suelo, el dolor de riñones, el olor a pintura, a barro, la hormigonera, sonríe cuando pasa por delante de una plaza, “como si fuera tan fácil “, se dice a sí mismo. Hasta aquí puedo contar, se ha hecho tarde, tengo que cerrar el libro. Mañana seguiré, me he quedado intrigada. 
No sé si podré dejarlo, porque he cerrado el libro y he vuelto a abrirlo por la página en la que lo dejé. Ahora solamente me importa averiguar qué pasó. Observo que el escritor recurre a técnicas nuevas, a veces no logro entenderlo, otras veces pienso que está jugando conmigo, eso me divierte porque me hace estar alerta y espero la sorpresa del siguiente párrafo.
Sigo leyendo, ahora su escritura es llana, su lenguaje cercano, tan cercano que casi me creo la protagonista. Cierro el libro, no me gusta que me hagan sufrir. Siento que me fallan las fuerzas, como a ella, vuelvo a abrir el libro, pero lo cierro, no quiero seguir leyendo. Sin embargo me intriga el desenlace.
Por fin logré terminar el libro, descubrí  el misterio de la desaparición, volví a recuperar la calma, atravesé de nuevo la ciudad montada en el tranvía, me bajé en la quinta parada, allí no había farmacia, ni calle, ni ventana, solamente una mesa, una lámpara encendida, un bolígrafo y una máquina de escribir. El misterio estaba resuelto.

Charo Ruiz