De pequeño se
habían reído de él, porque cantaba villancicos en pleno verano.
Se veía en su
mirada que no había tenido suerte y su mocedad siguió el mismo camino. ¿Por qué
estaba tan desorientado el pobre Jesús en esos pueblos, los inviernos eran
tristes y las navidades estaban adentro? Un día conoció a Julia, vivieron una
primavera, un verano, ese otoño y se la llevaron en invierno. El amor le hizo
seguirla a tierras lejanas que están más allá del mar y de los vientos. Tierras
que dan la vuelta y que van a contracorriente de nuestro tiempo.
Allí vio la luz,
en diciembre cantó villancicos sin miedo, el calor era le hacía sentirlos
adentro siempre, pero algo no era cierto. Le pasaba en mayo, en agosto, pero no
en invierno. En ese mismo momento supo que diciembre era un diciembre nuevo,
allí no era invierno, y su mente recordó el accidente y como se sucedieron los
hechos. Esos hechos que hicieron que viviera lejos y perdiera el calor de la
navidad e hibernara el secreto.
El invierno de Jesús
había sido crudo, pero no por ser invierno. Las navidades no debían ser
tristes, estaban atrapadas en ese frío que no las dejaba ser navidad como eran:
con familia, con amigos, con amor intenso.
Lloró y abrazó a
Julia tan fuerte como pudo. Todo ese amor estaba otra vez allí, todo ese calor
estaba donde tenía que estar. La navidad era otra vez la navidad, y Jesús
volvió a nacer.
Pernando Gaztelu