miércoles, 19 de septiembre de 2012

Julia y Jesús



De pequeño se habían reído de él, porque cantaba villancicos en pleno verano.
Se veía en su mirada que no había tenido suerte y su mocedad siguió el mismo camino. ¿Por qué estaba tan desorientado el pobre Jesús en esos pueblos, los inviernos eran tristes y las navidades estaban adentro? Un día conoció a Julia, vivieron una primavera, un verano, ese otoño y se la llevaron en invierno. El amor le hizo seguirla a tierras lejanas que están más allá del mar y de los vientos. Tierras que dan la vuelta y que van a contracorriente de nuestro tiempo.

Allí vio la luz, en diciembre cantó villancicos sin miedo, el calor era le hacía sentirlos adentro siempre, pero algo no era cierto. Le pasaba en mayo, en agosto, pero no en invierno. En ese mismo momento supo que diciembre era un diciembre nuevo, allí no era invierno, y su mente recordó el accidente y como se sucedieron los hechos. Esos hechos que hicieron que viviera lejos y perdiera el calor de la navidad e hibernara el secreto.

El invierno de Jesús había sido crudo, pero no por ser invierno. Las navidades no debían ser tristes, estaban atrapadas en ese frío que no las dejaba ser navidad como eran: con familia, con amigos, con amor intenso.

Lloró y abrazó a Julia tan fuerte como pudo. Todo ese amor estaba otra vez allí, todo ese calor estaba donde tenía que estar. La navidad era otra vez la navidad, y Jesús volvió a nacer.
Pernando Gaztelu