Las organizaciones son una
exageración de sus individuos. Así, cuando una sociedad industrial expone a su
interior —valga la confusión posible— luchas de poder, descoordinación,
desperdicio de tiempo y recursos, etcétera, se demuestra que los individuos
asumen —de forma activa o pasiva— su condición de «ineficientes». Es entonces
cuando algunos son despedidos, otros cambian de organización y un tercer grupo
carga con el yugo de las verdaderas consecuencias. De éstos, los más valientes
luchan a contracorriente y los más inteligentes luchan por su supervivencia
intelectual.