Estaba escribiendo un cuento. Una historia normal, sencilla.
La chica, violinista, menuda, tímida, morena, de cabello corto y nervios de
acero estaba enamorada del director de orquesta, pero le gustaba darle celos
con el fagot. El director, con melena de león, cuerpo escultural e interior
salvaje odiaba verla filetear con otros. La hizo sufrir durante el concierto.
Al terminar ella le rompía el violín por la cabeza y después de salir corriendo
los dos terminaban matándose de amor en un rincón oscuro de algún monumento de
cualquier ciudad. Me quedé pensando en eso, en el erotismo de la escena, en las
caras de los dos y en cómo gozaban con sus instrumentos, con sus manos, con sus
tempos y sus silencios. Empecé de pronto a sentir mis manos, mi pecho, sangre corriendo
por mis venas y esa pasión de la violinista sobre la batuta, del director
dirigido, de esa esquina oscura de la ciudadela de Pamplona, donde los cañones,
vibrando y estremeciéndose al ritmo de dos sombras que se hacían una y luego
gemían, volvían a ser dos y hacían silencios de negra, de blanca,
contratiempos, semifusas y allegro ma non
troppo… Me fundí con ellos y vi la punta del cañón, las manos de la
violinista me rozaron suavemente el cuello, luego el pecho, allí donde más me
excita. Levanté una de mis manos, la otra ya estaba empujando sus nalgas hacia
mí. Me encontré con una melena que no tenía, me encontré una batuta en el
bolsillo. Ella me agarró del cuello con fuerza y me llevó a hundirme en sus
pechos. Eran como los había imaginado, turgentes, suaves, tan míos. La sentí
gritar de placer cuando me aboqué a ellos oí una sonata, luego un vals. Comenzó
a moverse como una loca, iba y venía con furia, con deseo, me estaba matando de
gusto y dolor pero no podíamos parar. Ella tenía mi batuta, mi cuerpo, mi
mente. Me confesó que era ella la que escribía el cuento y no yo. Me contó sus
guiños al fagot, su locura por mí, todo. Cuando acabamos se fue sin decir una
palabra. Poco después encontré el regalo más hermoso que jamás me hayan hecho.
Además del deleite profundo que nunca olvidaré, este cuento estaba en mi mesa.
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